miércoles, 29 de agosto de 2012

Soledad, aquí siempre habrá


…todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.     
Gabriel García Márquez. Cien años de soledad.
Me retrase, pero de alguna manera quiero comunicar mi inconformidad conmigo mismo. Y es que todo malestar empieza tan maravillosamente bien, como cuando acaba. Esencialmente desde que uno se intenta levantar agresivamente, levanta pestañas y nota, de reojo mareado, que ninguno del par de pies dejo de moverse toda la noche; ¿cómo es posible?, me respondo claramente y muy atinado: ‘los monstruos de la infancia han regresado’. No cabe la menor duda de que sucedió. Hace muchas mañanas atrás, cuando apenas reconocía la diferencia entre una letra ‘s’ y una ‘c’ y que jamás confundí con la ‘z’ (porque todos saben que zoológico se escribe con z, y es de las pocas palabras que uno logra imaginar en sus primeros días de vida), me atormentaba la idea de la soledad. Y es que simplemente cuando uno la intenta concebir por medio de sonidos, palabrejas o cuchicheos; no la haya.
            Todo este enjambre de soledad me lleva a mi memoria, insensata y estéril; transportándome lentamente entre cada una de las pesadillas más espantosas que jamás se olvidan. Desde una araña patona y peluda gigante –de ahí los aracnofóbicos- hasta las diminutas a alas y gigantes pesuñas de un animalejo trastornado, y de genes imaginarios –exactamente las personas más salvajes en la infancia- . Nunca recobraré los buenos días, porque nunca de los nunca los tuve. ¡Desgraciada infancia!
Ahora bien, que no me vengan con el cuento de que la niñez es el fruto deseado de todo escuincle, o me harán vomitar telarañas de furia, que si los agarran llevarán a la sepultura todas mis palabrotas y maldiciones en tiernos tejidos inacabables; para que así no puedan deshacerse de ellas nunca más.
            Lo irónico, es que todos mis recuerdos me han acogido de la mejor forma. Me alimentaron como todo buen sapo verde retuerce las moscas en la lengua lánguida y babosa, y después de un momento deposita en un par de boquillas igualmente babosas pero más pequeñas que la suya. Me llenan y me duelen. Me asienten y me desorbitan. Y es que nada tiene sentido; nunca nada lo tuvo: ¿por qué hemos ahora diez o más años después esperar algún sentido a todo? Desde siempre la soledad se apodero de nosotros, desde el instante que quisimos ser lo que somos y no ser lo que no somos. Y al fin de cuentas, todo llega a tener sentido, cuando se lo quitamos descalabrándola con un empujón frente a las escaleras más cercanas. 

P.V. Jal

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