domingo, 5 de octubre de 2014

Construir y habitar hogares

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Julio Cortázar, Casa tomada.
Construir y habitar hogares
El tema de este ensayo es el espacio político. Entendiendo por espacio político todo espacio atravesado por el hombre, es decir, la relación de espacio y hombre. Sin embargo, centraré la atención en dos espacios en particular: la ciudad y la casa. Mi idea a exponer en el ensayo es que el hogar es el espacio político en el que habita el ser (que incluye al ser-hombre y a todos los otros seres); sin embargo, existe actualmente una escasez y destrucción masiva de hogares. De ahí que se haga más que necesario empezar a construir hogares que es, al mismo tiempo, saber-habitar-una-casa.
¿Qué es una casa y una ciudad? Ante todo, son espacios. Y no cualquier tipo de espacios, como no lo es ningún espacio, sino espacios en donde se juega una dialéctica entre lo público y lo privado. Pero, ¿qué es lo público y qué lo privado?, o, más importante, ¿podemos seguir hablando de lo público y lo privado? Foucault dice “el espacio contemporáneo tal vez no está todavía enteramente desacralizado […] Es verdad que ha habido una cierta desacralización teórica del espacio (aquella cuya señal es la obra de Galileo), pero tal vez no accedimos aún a una desacralización práctica del espacio”[1]. ¿Qué significa una sacralización práctica del espacio? Significa que “nuestra vida está controlada aún por un cierto número de oposiciones que no se pueden modificar, contra las cuales la institución y la práctica aún no se han atrevido a rozar: oposiciones que admitimos como dadas”[2]. Un ejemplo claro de una sacralización práctica es la oposición entre el espacio público y privado. El control o dominación de la vida y lo admitido como dado, me parece, son los principales riesgos de una falta de desacralización práctica del espacio.
            Un típico acontecimiento que tomamos como lo dado es, en términos de este escrito, la casa representando lo privado y la ciudad lo público. De ahí que las prácticas de la casa suelan separarse de las prácticas de la ciudad. Pero no sólo quedándose en una separación, sino en un choque, en conflicto. El conflicto entre estas dos prácticas espciales se ‘osifica’, es decir, en palabras de Félix Guattari “la vida conyugal y familiar se encuentra a menudo «osificada» por una especie de estandarización de los comportamientos, las relaciones de vecindad quedan generalmente reducidas a su más pobre expresión”[3]. La osificación es un nivel más elevado que lo dado, pues tales prácticas permiten la perpetuidad orgánica de la relación conflictiva y separada entre el espacio público y privado: se hace habitual, habitamos de ese modo y nos parece irremediable. Nuestro comportamiento estandarizado y la pobreza de las relaciones de vecindad son algunas de sus consecuencias. Aunque en lo irremediable se hace patente la aceptación de una relación entre ambos espacios, a pesar de ser una relación conflictiva. Si esa es nuestra práctica espacial, ¿qué sucede con nuestra teorización espacial? ¿Cuál es la configuración resultante entre estos dos modos (teórico y práctico) de trato con el espacio?, puesto que toda teorización es un trato cuya síntesis con la práctica se da en el habitar.
         Siguiendo con la primera pregunta, me parece equívoco pensar que la desacralización teórica sólo ha venido de la ciencia, como Foucault dice con Galileo. Pues existen otros logos que nos iluminan y obscurecen, simultáneamente, sobre la teorización de los espacios y su desacralización como la literatura. La literatura ha defendido otra idea de espacio frente al concepto de espacio geométrico-matemático construido por la ciencia. E incluso, en esa defensa de la literatura, el concepto de espacio de las ciencias ha sido re-construido de forma alter-nativa. Baste con tener en cuenta gran parte de la ciencia ficción donde los espacios, a pesar de ser pensados como geométricos-matemáticos, es decir, desde las ciencias en relación con la tecnología, no dejan de ser otros espacios en sentido de posibilidad de espacios construidos. El acontecimiento de la ficción entremezclada con la ciencia es un claro indicio de que el lenguaje, que trata de usar la ciencia, lo ha rebasado.
            Sin embargo, otra cosa igual de significativa es que la ciencia ficción no se restringe en pensar espacios más allá de las ciencias mismas. Sino que por el contrario, la ciencia ficción se tuvo que apropiar de lo político, lo social, en una palabra, de lo práctico de la vida. Ejemplo de esto son obras de tal género empeñadas en describir ciudades-futuras en las que ven críticamente el avance de las ciencias y tecnologías como un peligro. Las primeras palabras del Un mundo feliz de Aldous Huxley lo testimonia: “Un macizo edificio gris de sólo treinta y cuatro pisos. Sobre la entrada principal, las palabras: Centro de Incubación y Acondicionamiento de la Central de Londres, y en una tarjeta: Comunidad, Identidad, Estabilidad, la divisa del Estado Mundial”[4].
            No obstante, es de resaltar que para Huxley la ciudad, como transformación urbana, se extendió hasta los linderos de lo que él llama mundo. El mundo es una ciudad y la ciudad es un mundo. La otra gran sacralización teórica del espacio entre lo urbano y lo rural ya no tiene sentido aquí. Además, es claro que Huxley con el lema anterior en la tarjeta, en particular con la palabra estabilidad, da a entender un sistema de dominio o control sobre la vida (no solo humana). Con el Centro de Incubación resalta una institución y práctica no muy alejada de nuestros días. En términos de Foucault, se llama bio-política cuya una de sus principales causas es el tan acelerado avance de las ciencias y la tecnología. Un mundo feliz es la representación clara de un tecnocraticismo y mediatización práctica de la vida. Es, en muchos sentidos, un modelo de ciudad dado por la literatura.
La ciudad en estos días tiene como uno de sus modelos a Nueva York que, como Michel de Certeau dice, “nunca ha aprendido el arte de envejecer al conjugar todos los pasados. Su presente se reinventa, hora tras hora, en el acto de desechar lo adquirido y desafiar al porvenir”[5]. La historia es olvidada o al menos eso se pretende. Nueva York es la ciudad sin historia por la falta de un envejecimiento y pasado. ¿Cuál es la diferencia entre Nueva York (y cualquier ciudad homologa) y la ciudad futurista narrada en la ciencia ficción como en Un mundo feliz? Se piensa que las ciudades están determinadas por modelos, por ensueños de los hombres. Susan Buck-Morss, siguiendo a Walter Benjamin, postula una dicotomía de ensueños entre los grandes sistemas políticos y económicos antes del fin de la Guerra Fría. A saber, “en el Este la forma del ensueño era una utopía de la producción, mientras que en el Oeste se trataba de una utopía del consumo”[6]. Es decir, para ella los modelos de la ciudad eran dos y estaban constituidos por un sistema económico-político en torno al producir y consumir.
Ambos modelos conforman un modo de habitar (práctica y teóricamente) las ciudades y las casas y, en sintonía, es el surgimiento, en palabras de Guattari, del habitar mass-mediático de consumo-producción y del espacio-medio denominado como vivienda. Este modo de habitar la ciudad prevalece hasta ahora, pero configurada con distintas cosas que ya no dan soporte para pensar que la producción y el consumo son los modelos-ensueños del hombre que rigen las ciudades. No es que ya no se consuma o se produzca, sino que ya no es lo mismo que en un inicio. La ciudad misma ha reaccionado, ya no se puede habitar en ningún lado. Se dio el paso del hombre construyendo espacios al espacio construyendo hombres y más espacios. La idea de que la ciudad en sí misma sea modelo para habitar o modelo, en términos de Huxley, del mundo es absurda.  
            Sin embargo, el modo de habitar mass-mediático ha sido emparentado con el gran deterioro ambiental que ocurre. Pero, ¿podemos llamar en estos momentos a algo ambiente? El ambiente, en este habitar, es una alteridad del hombre. La escisión, también conflictiva, entre ambiente y hombre no es reciente y puede remontarse por lo menos desde la Modernidad. De hecho, se piensa que la culpa del deterioro ambiental es del hombre y este modo de habitar. El ambiente (eco u oikos) también es un hábitat, es decir, una casa. Félix Guattari, partiendo de eso, propone la emergencia de una eco-sofía, sin embargo con diferentes matices. En sus palabras:
Las formaciones políticas y las instancias ejecutivas se muestran totalmente incapaces de aprehender esta problemática en el conjunto de sus implicaciones. Aunque recientemente hayan iniciado una toma de conciencia parcial de los peligros más llamativos que amenazan el entorno natural de nuestras sociedades, en general se limitan a abordar el campo de la contaminación industrial, pero exclusivamente desde una perspectiva tecnocrática, cuando en realidad sólo una articulación ético-política –que yo llamo ecosofía– entre los tres registros ecológicos, el del medio ambiente, el de las relaciones sociales y el de la subjetividad humana, sería susceptible de clarificar convenientemente estas cuestiones.[7]
Guattari no piensa que la contaminación industrial desde un tecnocraticismo sea el meollo del asunto. Por eso propone una eco-sofía en la que se despliegan tres modos de eco-logía: 1) la ecología ambiental, 2) la ecología social y 3) la ecología psicológica. Cada una de ella es atravesada y atraviesa a la otra. Signo que refleja que el problema de la contaminación ambiental es un problema que no incumbe sólo al ambiente mismo, como muchos piensan, sino también a la sociedad y a la subjetividad.
            No obstante, de la postura de Guattari sólo quisiera re-tomar su proyecto de una eco-sofía: de saber-habitar-una-casa. Su proyecto no está muy retirado del de Heidegger. Cuando Heidegger sentencia que “por muy dura y amarga, por muy embarazosa y amenazadora que sea la carestía de viviendas, la autentica penuria del habitar […] descansa en el hecho de que los mortales primero tienen que buscar la esencia del habitar, de que tienen que aprender primero a habitar”[8]. Para Heidegger la balanza debe ser inclinada primero a un saber habitar antes de construir casas, pero casas entendidas como viviendas. Ya que saber habitar es simultáneamente construir hogares. Las casas tienen dos modos de ser: hogares y viviendas.
            Antes de pasar a explicar que quise decir con esto, quisiera retomar lo dicho por Foucault. Foucault afirmaba que la vida práctica estaba dominada por la oposición entre espacio público y privado. Pero, ¿qué domina a quién? o, mejor dicho, ¿quién domina a quién? En Casa tomada de Julio Cortázar sucede un acontecimiento insólito: la casa expulsa a sus residentes. El espacio se ha autonomizado. Y su ser reclama una venganza al reusarse a ser habitado. ¿Cómo es que ha surgido esto?, ¿quién la ha tomado? Pues la casa misma, la casa tiene vida y llega a tenerla gracias a un proceso parecido al del monstruo Frankenstein. Así como el Dr. Frankenstein dio vida a lo inerte, a lo inanimado, el hombre ha tomado la misma batuta: construye casas que tienen vida. Y así como Frankenstein se revela contra su creador, la casa también. ¿Por qué se ha opuesto la casa al hombre, cómo sucedió que la casa nos empujara hacia afuera?, ¿cuándo estuvimos realmente adentro?
             “A veces llegamos a creer que ella –la casa– no nos dejó casarnos”[9] dijo el hermano de Irene. Y digo “hermano de”, porque el personaje vive y no vive en el anonimato. ¿Cuál es la razón de su presente ausencia? Pues el rebasamiento de lo otro: la casa y los demás. El personaje dice “pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia”[10]. El problema es que la casa era esencialmente más importante que el hombre mismo, que su dueño. Porque cada casa tiene un dueño que, no obstante, olvida habitar la casa. La casa es sólo un medio para vivir: el hombre la domina, pero ¿qué pasa cuándo la dialéctica da la vuelta y la casa es la que domina al hombre? Pues la casa queda tomada, busca su independencia. Cuando un espacio se autonomiza cualquier cosa puede pasar. Ya no es, como decía Henry Lefebvre, que “el espacio deviene cada vez más un espacio instrumental[11], sino el espacio deviene cada vez más hombre instrumental.
            Manifestaciones de lo anterior son las pugnas y guerras por ocupar y ser propietario de un espacio. ¿Cuántas guerras no han sido ocasionadas por ocupar-tener un espacio?,  ¿cómo llegamos al punto de decir: nos falta espacio? La pugna entre las prácticas de la casa y las prácticas de la ciudad rozan este asunto. La pugna entre propiedad espacial privada y pública ya no nos dice mucho. Puesto que no habitamos en casas, ni siquiera en ciudades, habitamos casas-medio y ciudades-medio. Una concepción distinta a la instrumentalización es extraña. Paradójicamente vivir en una casa y en una ciudad es lo otro, lo extraño. Hemos llegado al punto de “la creación de un sujeto universal y anónimo que es la ciudad misma”[12]: el Leviatán de Hobbes que ya no nos pertenece, pero seguimos perteneciéndole. No sólo la casa puede expulsarnos, en realidad, cualquier espacio. La ciudad tiene residuos de la idea de Estado moderno, es uno de sus fantasmas. El espacio “tal vez esté también visitado por fantasmas”[13]. No tal vez, tiene sus propios fantasmas. Un síntoma más de su vida propia.
            Pero es que ni siquiera habitamos en casas ni ciudades, nos gastamos la vida en los “medios-de”. Nuestro habitar está mediatizado, “la vida doméstica está gangrenada por el consumo «mass-mediático»”[14]. La vida se nos va en los medios de comunicación y de transporte que son, por excelencia, los medios. Se ha hecho bastante teoría sobre los medios de comunicación, pero ¿qué hay de los medios de transporte? Su manifestar es angustiante, pues son espacios-medios que abren otros espacios-medio: vamos de casa a la escuela y de la escuela a la casa, habitamos en ese transcurso, pero en realidad en ningún lado. “Las variedades de pasos son hechuras de espacios. Tejen los lugares” [15], pero el paso peatonal ha sido transformado en una pista automovilística, aérea y hasta intergaláctica Nuestro habitar está osificado en una red de mediatización.  
Por eso es la emergencia de construir hogares, es decir, de construir hogueras: dejar ser a las cosas lo que son, porque todo hogar es fuego y luz. “La casa es nuestro propio rincón del mundo. Es –se ha dicho con frecuencia– nuestro primer universo. Es realmente un cosmos. Un cosmos en toda la acepción del término”[16]. Es el primero, pero también el último, ya que no habitamos-construimos hogares. En un hogar las ventanas dejan ver las calles que conducen a otra casa, a una ciudad y a un árbol ¿cuándo nos hemos detenido a contemplar por la ventana? Construir hogares es anular la oposición entre la casa (privado) y la ciudad (público), entre ambiente y medio-ambiente, entre el juego dialéctico de dominación entre la casa y el hombre. Pues un hogar es un cosmos, es decir, tiene alma y vida (zoé). En un hogar se deja ser lo que son todas las cosas, en todos los niveles espaciales (incluyendo a los espacios mismos), sin pugna ni violencia.
Sin embargo, no debe pensarse que los espacios-medio deban ser erradicados, el verdadero asunto es habitar mediáticamente los espacios que son medios en sí mismos En Casa tomada los habitantes de la casa no tenían una relación mediática con la casa, de hecho, la casa era su refugio, su hogar. El problema fue en la persistencia en su modo de ser edificante o arquitectónico de la casa. La casa ya no tenía los habitantes que un día tuvo, la casa sólo “aparte de espaciosa y antigua, guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia”[17]. La vieja y enorme casa estaba atiborrada de recuerdos y fantasmas, sus dueños se negaron a dejarla morir. Porque las casas también mueren, tienen su finitud arquitectónica. Ellos no se dieron cuenta de que hay muchos modos de construir hogares además de la arquitectónica. Sabemos que debemos construir hogares, pero ¿cómo?: ¿cuáles son los modos de construir casas-hogares?
Bibliografía
- Bachelard, Gaston, La poética del espacio. Trad. Ernestina de Champourcin, México, FCE, 2013.
- Buck-Morss, Susan, Walter Benjamin, escritor revolucionario. Trad. Mariano López S., Buenos aires, Interzona, 2005.
- Cortázar, Julio, Bestiario, México, Alfaguara Literaturas, 1994.
- De Certeau, Michel, La invención de lo cotidiano. 1 Artes de hacer. Trad. Alejandro Pescador, México, Universidad Iberoamericana- ITESO, 2000.
- Foucault, Michel, “De los espacios otros”, Conferencia publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n. 5, octubre de 1984. Traducida por Pablo Blitstein y Tadeo Lima.
- Guatarri, Félix, Las tres ecologías. Trad. José Vázquez Pérez y Umbelina Larraceleta, Valencia, Pre-Textos, 1990.
- Heidegger, Martín, Conferencias y artículos. Trad. Eustaquio Barjau, Barcelona, Serbal, 1994.
-Huxley, Aldous, Un mundo feliz. Retorno a un mundo feliz. Trad. Luys Santa Marina, México, Porrúa, 2010.
- Lefebvre, Henry, “La producción del espacio”, en Papers: revista de sociología, Año: 1974 Núm.: 3 (pp. 219-229).




[1] Michel Foucault, “De los espacios otros”, Architecture Mouvement, Continuité n. 5, p. 2. 
[2] Ibid., p. 2. [Las cursivas son mías]
[3] Félix Guattari, Las tres ecologías, p. 7.
[4] Aldous Huxley, Un mundo feliz. De regreso a un Mundo feliz, p. 1.
[5] Michel de Certeau, “Prácticas de espacio”, La invención de lo cotidiano. 1 Artes de hacer, p. 103.
[6] Susan Buck-Morss, “La ciudad como mundo de ensueño y catástrofe”, Walter Benjamin, escritor revolucionario, p. 223.
[7] Félix Guattari, op. cit., p. 8. [El subrayado es mío]
[8] Martín Heidegger, “Construir, habitar, pensar”, Conferencias y artículos, p. 119.
[9] Julio Cortázar, “Casa tomada”, Bestiario, p. 13.
[10] Ibid., p. 14.
[11] Henry Lefebvre, “La producción del espacio”, Papers: revista de sociología, p. 223.
[12] Michel de Certeau, op. cit., p. 106.
[13] Michel Foucault, op. cit., p. 2.
[14] Félix Guattari, op. cit., p. 7.
[15] Michel de Certeau, op. cit., p. 109.
[16] Gaston Bachelard, “La casa. Del sótano a la guardilla”, La poética del espacio, p. 34. [Las cursivas son mías]
[17] Julio Cortázar, op. cit., p. 13.

De Jal P. V. 

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