Cuando uno empieza a impacientarse con algún cuento, alguna novela, un pequeño o gran ensayo. Se extravía, una de sus tantas ilusiones, vueltas al pasar de hoja con un golpeteo débil a la hoja. Siguiente. Siguiente. Después pasa espasmódico a la traslación de ideas revueltas. Las iniciaciones del arte escrito. Extasiados por escribir y escribir más, otro días poco más. Por consiguiente, se queda uno sin nada más que decir, que lo que ya tenía resguardado. Entonces, reflexiona un minuto. Dos horas. Una semana. Tres años, -varia, según el caso- Y por fin vuelve al génesis de todo. Regresa a impacientarse, una silla, tres pilas de libros. Y al cabo de un tiempo. Millares de hojas. Empieza a impacientarse.
Jal P. V.
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