Pues... no sé por dónde empezar, estoy sentado en el camión, escribiendo no más, papaloteando con la mirada a ratos, con la vista en las jacarandas que amurallan la calle, en los pajarillos que bailan en el cielo del ocaso. Empecé la carta aquí porque me acordé de repente de ti, de los desbarajustes del servicio postal, de lo alborotadores que dicen que son los alumnos de teatro y de la curita con el mostacho pintado que se me olvidó darte al despedirme, ya sabes, esas cosas de las que platicamos, o más bien de las que me platicas. Y es que me conoces, no soy bueno para las palabras, a mí me gusta escucharte e irme a viajar con tu voz a la hacienda de tus tíos o a la casa de tus abuelos, siempre contigo como guía.
Bueno, me acordé de ti por la curita en la bolsa de mi camisa... ¿sabes? yo creo que la bolsa de una camisa debe de estar siempre en el lado izquierdo del pecho, porque ahí se encuentra el corazón y así las cosas quedan bien resguardadas. También pienso que en ella sólo debe uno guardar cosas importantes, porque no es como las bolsas del pantalón, que sirven bien para cualquier cosa, no, las bolsas de la camisa son asuntos importantes. Por eso ahí guardé la famosa curita bigotona y el tubo de óleo que me regalaste, y también te guardo a ti... Bueno, no a ti porque no cabrías en un pequeño bolsillo, no cabrían ni tus tennis; digo que guardo mis recuerdos contigo, tus miradas tan sonrientes y nuestras alegrías... Espera, pensándolo bien, eso tampoco es posible, no se pueden guardar los recuerdos entre la tela porque a ellos no se les tiene, sino que se les sabe. Creo que no me estoy explicando nada bien, pero espero que me entiendas, más bien: sé que me entiendes. Me despido y te mando un abrazo, y una sonrisa cordial.
Espero saber pronto de ti.
Con cariño: Larrón.
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