Ahora cada individuo saca sus
respectivos reglamentos del día. Incluso autoescoge por el miedo a lo ajeno; lo
que jamás será nuestro; lo apreciablemente prohibido. Hemos colocado
cuidadosamente los pasos necesarios para nuestras vidas. Alzamos la mano de mayor
uso, la colocamos frente a un cajón; sacamos los papeles más largos, estrechos;
copias en millares, asegurándonos que sean exactamente iguales. Sin fallo
alguno. Tomamos el lápiz mental, se suelta la mano del im-pensamiento crédulo,
y vamos trazando las líneas y números perfectamente estructurados.
Los instructivos más firmes, fortificados contra las incertidumbres.
¿Qué pasa después de que ya no se tiene que contabilizar?, ¿después convertirse
en enunciados numéricos? Aún podemos fallar las cuentas. El jamás no es tarde,
siempre llega más temprano; interponiéndolo brusca y ferozmente en nuestro bios. El ahora puede que sea muy tardío,
cuando se le antepone una barrera invisible, pero siempre suntuosa. Nos
interrumpimos con el tiempo; desdeñamos las listas extensas de una vida que
nunca quisimos.
¿Qué pasa cuando se retira el reloj de mano?, se satura y empequeñece el
cuerpo ante nuestras infatigables ganas, por volver todo un número más
que tiene que recorrer las manecillas en su rutina diaria. Nos
convertimos en nuestras vitrinas vacías, señalando las ausencias, los
fallecimientos, los nacimientos; dejándolo todo a un par de fechas, teniendo
miedo de alojar cosas al baúl de los recuerdos. Tememos a los posteriores recuerdos
fallidos. Nos anuda el cuello frente a frente. Tomamos la preferencia de
colocar suavemente días y horas en un esquema impensado.
¿Qué pasa cuando se olvida el tiempo? ¿Cuándo supimos lo que era no ser nada?
¿Siempre o nunca? ¿Hasta cuándo nos atreveremos a tirar los instructivos de
vida a la basura?
Jal P.V.
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