Agonizante, el día, raspando el cristal de la ventana, el desliz
invisible de la sangre sobre la piel erizada en una sorpresa de tensión, la voz
eléctrica y mecánica del aparato inmóvil sobre la mesa del cuarto, luego un
tiempo detenido, el viento suspendido en la atmósfera de la tarde y unas pupilas contraídas por la luz.
Una llamada anónima
a las siete, una llamada completamente vacía.
Larrón
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