Llegué cansada después de un día bastante largo. Puse una canción.
El género y el artista carecen de relevancia. Comencé a escucharla y cerré los
ojos. Una ráfaga de aire me recorrió la piel y de pronto apareciste.
Tal como te
recordaba la última vez que nos vimos, perfectamente vestido con la chamarra de
cuero negro y pantalones de mezclilla, tu playera roja y tu amuleto de la
suerte colgando en tu cuello. Mi estupefacción no quería ceder, sabía que ya había
perdido el sentido porque tú no podías aparecer, no hoy y mucho menos tú,
precisamente tú.
Extendiste los
brazos para abrazarme y yo no pude negarme. Seguías teniendo en la mirada
el brillante resplandor que siempre me convencía de todo y tenía que admitirlo:
necesitaba abrazarte de nuevo.
- Ya estoy de
vuelta. Te prometo que siempre estaré aquí.
- No me
prometas nada .No tiene sentido. Tú y yo sabemos que no te quedarás.
-Esta vez
cumpliré mi promesa, intenta confiar en mí.
Te
sentaste y me acunaste sobre tu pecho como si fuera una niña pequeña. Por eso
pude escuchar el latir de tu corazón y sentir la calidez de tu piel pero lo que
me cautivaba realmente era el aroma que emanaba de ti, casi tan intenso como el
calor de tu cuerpo.
Respiré para
recuperar la calma de mi alma inquieta y tú comenzaste a susurrarme una estrofa
de la canción. Buscaste mi rostro despacio, me miraste y me besaste sin darme
tiempo para pensar en lo que sucedía, porque tus labios ya habían encontrado los
míos y aunque lo hubiera querido no lo pude evitar.
De pronto volví
a sentir la ráfaga de aire. Ya no te sentí y tuve miedo. Tu rostro era una
imagen desdibujada. Abrí los ojos y me di cuenta de que estaba soñando.
La canción
había terminado.
Catherine Linton
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